domingo, 1 de abril de 2012

CRÓNICA #4: EL VINAGRE DE LA VIDA





Es medio día y hace un poco de calor, el hambre y la dieta me obligan a comer aquella ensalada que ofrece su receta en una revista de circulación nacional y sabatina. Momentos antes de preparar dicha mezcla de lechugas, tomates, cebolla, camarones, miel, moutarde de Dijon y vinagre de manzana que acompañará la comida de la hora, escucho a mi abuela: “me corté, necesito un poquito de vinagre ya que no hay limón”; pero “porqué esos naturales y no isodine o alcohol que hay en la casa –y de sobra-… que tiene lo uno y no lo otro”, “averígüelo”, me comenta mi abuela, “con la amiga de su mamá”. Tras mi cuestionamiento, recordé una vieja cadena de correos sobre unas prácticas bizarras con algunos elementos naturales entre los cuales el vinagre era uno de ellos.
El uso del vinagre hoy en día ya no se limita al nivel gastronómico. La  mayoría de personas suelen creer que el vinagre es uno de los elementos para hacer la vinagreta que posteriormente se echará a la ensalada del almuerzo, sin embargo, hoy en día este producto se usa como remedio casero para combatir los problemas del cuero  cabelludo o también como antiséptico contra algunas heridas. El vinagre visto y usado para transgredir su fin se llama La hogareña. Vinagre 100% natural.

Los contemporáneos usos del vinagre los conocí por medio de una cadena de correos electrónicos. Hace unos meses, en una cortas vacaciones de tres meses por cuestiones que se escapan de nuestras manos, recibí un correo llamado “Y ellos que nos quieren estafar, el sistema nos oprime” había una lista de más o menos cien usos entre el limón y el vinagre. Ahí, en aquel correo, se protestaba contra el gobierno por no difundir aquellos rituales usados por varias tribus indígenas, por los campesinos y, un poco sorprendente, en algunos países de la Europa oriental: ayudaban a prevenir el cáncer y a matar células cancerígenas, aumentar las defensas del cuerpo, luchar en contra  de los problemas del cuero cabelludo o conocido comúnmente como caspa, también contra los malos olores corporales.
 Ese mensaje fue visto por cerca de doscientas personas, lo sé porque quien lo viera y decidiera difundir la información debía poner su nombre más el número siguiente del último que lo reenvió, yo sería el número doscientos uno pero la pereza ganó y decidí dejarlo así. Me acordé del correo mucho tiempo después, justo cuando escuché en un canal nacional algunos de los usos, mencionados anteriormente, por un médico naturista, el vinagre ahora es antiséptico.


Conseguí la cita finalmente. A mi pesar no fue tan fácil obtenerla después de todo. Mi madre me dio el teléfono de aquella señora bien parecida, alta y delgada  pero no muy amable.  Mi trabajo le pareció un atrevimiento,  una falta de respeto y un seguimiento: “(…) cómo voy a estar segura que no viene solo por obtener el procedimiento que usamos y usted luego comercializa con el producto”, fueron sus palabras para darme a entender un no rotundo como respuesta. Fueron casi quince minutos para conseguir que nos viéramos, la persuasión nunca ha sido mi fuerte pero en este caso fue necesario, todo intentar hacer un trabajo de la U.
La cita quedó para el miércoles de la semana siguiente: le daba tiempo de alcanzar la producción solicitada y recoger todo lo que para ella significara delatar su manera de trabajar o tal vez solo hasta esa fecha tenía tiempo de vigilar mis acciones y no sobrepasar los límites que ella iba ponerme.
Durante casi media hora de trayecto de mi casa a la oficina en el centro de la ciudad,  pensaba como conseguir ahora una foto, ese sí que era un problema. Cuando me di cuenta que debía armar un discurso para lo conseguir aquel elemento de valor, un puente en forma de jirafa me indicaba que el momento de descender había llegado. Caminé con nervios, “cómo lograr acordarme de estas sensaciones si ni siquiera tengo donde apuntar, solo mi celular, un aparato medio inservible que me recordaba a mi ex”. El timbre fue el encargado de concientizarme, todo lo que quería hacer debía lograrlo únicamente con el celular: fotos, registros, etc.


Más amable que el en teléfono, Doña Ángela, me pidió que la acompañara a la oficina primero para que me arreglara de acuerdo a la ocasión.  El pasillo parecía un túnel: oscuro y un olor ácido quemaba mis fosas nasales; un poco seca, la piel me exigía crema humectante. Cajas, cajas y más cajas con diversas tijeras, hojas de colores y los tiquetes con las descripciones para vender, se encontraban en todas las mesas de aquella casa con intención de empresa. Su oficina, un escritorio lleno de las mismas cajas, tiquetes que se ven en el pasillo y un perchero son los únicos objetos en ese salón. Una bata blanca es descolgada y un tapabocas nuevo que sale de su escritorio como por arte de magia, me son entregados para evitar que los químicos me hicieran daño.    
“Una hora es lo máximo que puede estar con usted, tengo mucho trabajo para despachar” fueron las palabras de la dueña del lugar después de haber salido de su habitación, inmediatamente corroboré que la visita sería corta.
Los dos químicos que expedían olores fuertes estaban identificados con el nombre de Sabor artificial y ácido acético, comprados por ella misma durante esa semana, por lo que podía ver: nadie toca las cosas sin el consentimiento de ella y las botellas estaban  a medio empezar. Ni la careta lograba dejarme respirar, me sentía asfixiado, los ojos lloraban por la mezcla química presenciada.
Un poco más de media hora duró el proceso creación, de ahí partimos directo al cuarto donde se supone los recipientes del producto deben lavarse e inmediatamente llenarse, pero no fue posible. Por algún  motivo ya todo estaba ordenado. Las botellas sucias del pasillo, portadora de etiquetas y corchos estaban limpias, y llenas posiblemente por un conjuro luminoso. Saber cómo llevaban a cabo ese proceso de higiene, no fue posible, tal vez ahí estaba el secreto del producto.
Cerca de la entrada (cosa que no logré ver al momento de entrar), en un cuarto grande y con mucha ventilación  las botellas estaban listas para “ser vestidas y tener hermanas, es decir, se les pone el tiquete de la empresa y se guardan en cajas para luego ser enviadas a los locales”. Los papeles de colores y autoadhesivos botados en el piso,  muestran el estrés al que están sometidas las dos mujeres encargadas de aquella labor que se alegra solo con la ayuda de emisoras radiales o chismes del barrio de alguna de las trabajadoras.
La mirada de Doña Ángela me despedía desde ya, no dejaba de mirar la puerta. Una mano extendida y la otra alrededor de mi cuello me direccionaban a la tranquilidad de la señora. Un paso fuera de su local, un “Que le  vaya muy bien mijo, saludos a su mami” fueron las últimas frases dirigidas por ella, por lo vista mi visita solo le causó molestia y fue dada por compromiso con una amiga. No comprendí muy bien el proceso químico del vinagre y mucho menos la transgresión de este producto culinario, la única persona que logrará darme respuesta a esto será la misma persona que incitó la duda: mi abuela. 

  



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